La publicación de La piedra blanda (Random House), de Rodrigo Cortés y Tomás Hijo, es un acontecimiento porque evidencia de un modo ejemplar que las narrativas no están hechas sólo de historias e ideas: también las conforman materiales. Durante la experiencia de lectura de ese cómic raro sobre la vida milagrosa de Pedro de Poco en una alucinada Edad Media, en el que las viñetas, en vez de encajar como en un tetris como ocurre en las arquitecturas habituales, se suceden flotantes por el blanco de la página, sientes en los dedos el grosor de la página e intuyes con la mirada otro grosor, el del dibujo en blanco y negro. Porque cada una de esas viñetas ha sido esculpida con dos gubias, una de un milímetro y la otra de cinco; ha sido antes de la impresión, un grabado.

Una estantería con libros en la Biblioteca Nacional
En Mentes paralelas. Descubrir la inteligencia de los materiales (Caja Negra), la investigadora en biotecnología Laura Tripaldi hace hincapié en este aspecto central de los materiales complejos: “Su estructura puede contener una determinada cantidad de información que no le llega del exterior, sino que está escrita en las relaciones de los elementos microscópicos que la componen”. Se puede extrapolar a la composición de una obra artística, pues ésta también se construye a través de la naturaleza “cooperativa y relacional” de sus elementos, “que se expresa en una estructura amplia y descentralizada y que le confiere al material propiedades que sus partes individuales no poseen”.
Los libros están hechos de historias, ideas y materiales y nosotros, lectores, somos cuerpos y mentes
Así operan el texto y el dibujo, grabados artesanalmente y dispuestos con gran originalidad en el interior de La piedra blanda . O el cómic, dibujado y bordado, El cuerpo de Cristo (Astiberri), de Bea Lema. O los ensayos literarios y gráficos de Frédéric Pajak, en los volúmenes de su Manifiesto incierto (Errata Naturae). Entre otros ejemplos magistrales de hibridación de texto e imagen con acento en su materialidad. La reedición de La casa de hojas (Duomo), de Mark Danielewski (traducida por Javier Calvo y maquetada por Robert Juan-Cantavella), nos recuerda que la literatura del siglo XXI se reinició con esa novela diseñada, en la que la tipografía, el caligrama o el collage significan tanto como la historia de la casa sobrenatural o la del libro maldito.
Pero los materiales de la ficción y del documental no son siempre visuales ni físicos, a veces son códigos o texturas. Danielewski utiliza el lenguaje cinematográfico o las notas a pie de página para nutrir su novela; Pajak, la filosofía; Lema, la autobiografía y la confesión; Cortés e Hijo, la hagiografía y la leyenda. Los libros –como las películas o los pódcasts o las exposiciones o los espectáculos– están hechos de historias, ideas y materiales. Como nosotros, sus lectores, cuerpos y mentes que no deberían buscar simplificaciones, sino reflejos posibles de su propia complejidad.