Resultados

Loading...

Su bola es buena, el punto es suyo

Sergio Heredia Redactor de deportes

La escena de aquel partido de fútbol, hace unos pocos días, me sacó de mis casillas.

La descubrí en las redes sociales, que es como ahora hay que mirar las cosas de los críos. El chaval tendría unos doce años, era un chavalillo, igual que el resto de compañeros y rivales. En un momento del partido, el crío marca un gol. Y acto seguido corre hacia la cámara, que intuyo es el móvil de algún colega, llevándose el índice a la boca como quien hace callar a alguien.

No puedo evitarlo. Me pregunto dos cosas: “¿A quién hace callar? ¿Es lo primero que se le ocurre a un crío tras marcar un gol?”. El gesto es un absurdo y también un estándar: reproduce la estúpida parafernalia que el crío ha visto tantas veces en los mayores, en estos profesionales del fútbol que siempre están en la televisión y se pasan el partido protestándole al árbitro, reclamando una tarjeta o simulando una lesión.

Lee también

Pienso en todas estas cosas mientras leo a John Carlin. En El córner inglés, su artículo de Deportes para La Vanguardia, Carlin carga contra las cosas del fútbol, deporte que le fascina tanto como le decepciona. Habla de las engañifas zafias que abundan en el terreno de juego, tan propias de futbolistas.

Tras marcar un gol, el chaval se lleva el índice a la boca, como haciendo callar a alguien; ¿a quién?

En contraste, Carlin propone el tenis.

Y trae un ejemplo: el Alcaraz-Sinner del otro domingo en Roland Garros.

Veo que ambos observamos el mismo detalle. En algún pasaje de aquella final en la que tanto se jugaban, Sinner y Alcaraz rectificaron a favor de su rival decisiones equivocadas del juez.

–Su bola es buena, el punto es suyo –decían uno u otro corrigiendo al línea, que la había dado mala.

Algunas de aquellas acciones fueron una autoflagelación, muy perjudiciales para el actor, en especial para Sinner (al resultado me remito), pero sobre todo fueron gestos nobles, impensables en un duelo de semejante magnitud o en otros ámbitos como el fútbol o la política.

Jannik Sinner y Carlos Alcaraz se abrazan tras el partido, el domingo en París 

Aurelien Morissard / Ap-LaPresse

Cuando hacen esas cosas, los actores se elevan. Con todo lo que se están jugando, van y conceden el punto al otro. Pienso en su magnanimidad y pienso en Match Point, de Woody Allen. ¿Se acuerda usted de Chris Wilton, el atormentado personaje que encarna Jonathan Rhys-Meyers?

El futuro de ese pobre hombre, apurado y mediocre, es tan azaroso como la bola que golpea la red y baila sobre ella, sin saber de qué lado caerá, si le regalará la maravilla o el caos.

En el día a día, ese azaroso devenir atormenta a la gente normal como usted y yo o a esos futbolistas que son modelo de un niño pero van por ahí marraneando lo que pueden. Alcaraz y Sinner se mueven en otra escala: pueden darse el capricho de regalarle un punto al otro. Se saben con tanto margen en la vida que ya llegará su momento. Y si no es ahora, será otro día.