Altivos y suplicantes

Acontecimientos de alcance global como son las guerras suelen ser combatidos por las sociedades occidentales mostrando su rechazo en la opinión pública. Tanto es así que los líderes políticos que representan a los ciudadanos europeos suelen mostrarse altivos, con superioridad moral ante los medios de comunicación sobre cualquier hecho, con la intención de mostrar su repulsa, como ha ocurrido con la invasión rusa de Ucrania o la respuesta militar de Israel ante el ataque terrorista perpetrado por Hamas. Cuando el ciudadano percibe la altivez del político, deduce que no puede hacer mucho para detener el avance de Rusia o Israel. Así, la altivez se convierte en la última manifestación política de la impotencia.

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Andrew Kravchenko / Bloomberg

En las últimas semanas, hemos podido constatar que, tras la invasión del ejército israelí en Gaza provocando cientos de muertos y desplazamientos, se ha elevado el tono de crítica pública contra el Estado de Israel como única baza para impedir su ofensiva militar. Se suele decir que es en la opinión pública donde se acaba dirimiendo la suerte de un conflicto, como ya ocurrió con la guerra de Vietnam, que se tuvo que finalizar porque, día tras día, los norteamericanos veían en los medios de comunicación las imágenes de cientos de féretros de sus compatriotas repatriados a suelo estadounidense. Se consiguió parar porque los ciudadanos se manifestaron, porque la opinión pública, los medios de comunicación, los partidos políticos y las entidades sociales señalaron que se había mentido, ocultado y tergiversado la realidad del conflicto.

Suplicar a Putin y a Netanyahu que detengan la guerra, por ridículo que parezca, puede ser la única vía 

Hoy sabemos que la guerra en Ucrania y Gaza no se parará por la presión del rechazo de la comunidad internacional, ni por manifestaciones ciudadanas multitudinarias que paralicen las principales capitales europeas, ni por emitir duras imágenes de heridos o muertos; entre otras cosas, porque la comunidad internacional está dividida, los ciudadanos consideran que manifestándose no van a cambiar las cosas y las imágenes solo alcanzan a escandalizar al ciudadano, pero no a hacerlo actuar.

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Cuando la retórica altiva de los líderes europeos se revela hueca y repetitiva, se hace necesario tomar el camino contrario: la súplica, la única vía que no se ha probado. Suplicar a Putin y a Netanyahu que detengan la guerra, por ridículo que parezca, puede ser la única forma de que los líderes europeos demuestren que están dispuestos a explorar todas las posibilidades para detener el conflicto, aunque eso implique costes electorales. El camino exige a la política preguntarse: ¿estamos dispuestos a sacrificar el orgullo para detener el sufrimiento ajeno?

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