Pasan los meses y Donald Trump sorprende al mundo con amenazas arancelarias que no cumple del todo y con emboscadas a líderes extranjeros desde el mismo despacho oval de la Casa Blanca. Pocos presidentes norteamericanos han hablado tanto en tan poco tiempo sembrando tanta confusión entre adversarios y aliados.
El despacho oval es el santuario del poder ejecutivo de Estados Unidos. Los periodistas lo visitan fugazmente mientras los líderes invitados posan para una breve sesión de fotos. En las dos veces que he estado durante la presidencia Reagan era cuestión de dos o tres minutos. Esta ha sido la costumbre de todos los ocupantes de la Casa Blanca hasta que Donald Trump ha convertido el despacho oval en un inédito plató televisivo, en el que el conductor del programa improvisa o sigue el guion establecido previamente.

Ronald Trump riñe a periodistas, desacredita a los medios en los que trabajan, humilla a líderes extranjeros como el ucraniano Zelenski o el sudafricano Cyril Ramaphosa, con la presencia de de su Gobierno y de empresarios o supuestos expertos en temas bilaterales que se tratan sobre la marcha. Da y quita la palabra cuando le conviene, pone vídeos y saca recortes de prensa falsos.
La política espectáculo no es solo un síntoma de frivolidad sino la consecuencia de la inseguridad de quienes saben que las palabras pierden valor si las amenazas o los decretos firmados solemnemente no se cumplen. Trump está lanzando dardos arancelarios a diestro y siniestro hasta que descubre o le hacen ver que, en el mundo globalizado, impulsado y dirigido por Washington, los primeros perjudicados serán los norteamericanos.
En tiempos de guerra fría se esgrimía la doctrina de la “destrucción mutua asegurada”, que consistía en evitar la completa aniquilación de las dos potencias en caso de que una de ellas disparara el primer misil. Había que evitar el primer golpe, que, de hecho, ninguno de los dos se atrevió a asestar. Trump no calcula que el mundo digitalizado es muy parecido a un castillo de naipes y que si mueve una pieza clave se puede venir todo abajo.
La grandeza de Estados Unidos se ha construido sobre alianzas económicas, militares y culturales
En todo caso, habla sin mesura y vive instalado en fantasías que no guardan relación con la realidad. No tiene razón, grita demasiado, decía el astuto y cambiante príncipe de Talleyrand que pasó de obispo a ser un revolucionario para acabar en el congreso de Viena, que puso fin a las guerras napoleónicas. Ha sido el prototipo de político cambiante que ha hecho de la necesidad virtud transformando lo inevitable en algo provechoso para sus intereses.
Trump actúa como si fuera un presidente hegemónico, sin advertir que hay otros actores igualmente poderosos que le pueden plantar cara con argumentos menos retóricos pero posiblemente más eficaces. Uno de ellos es China, que compite de igual a igual desde el punto de vista comercial, militar y de los avances tecnológicos.
La grandeza de Estados Unidos se ha construido sobre bases de alianzas económicas, culturales y de seguridad mediante el poder blando que es más penetrante que la fuerza de los ejércitos. Abandonar el vínculo atlántico puede estar en su argumentario, pero sería tan perjudicial para Europa como para Estados Unidos.
Eisenhower advirtió al abandonar la presidencia (1961) sobre el peligro del crecimiento del complejo militar industrial. Joe Biden ya es historia, pero confío en que su último discurso como presidente no fuera premonitorio: “Se está formando en América una oligarquía de extrema riqueza, poder e influencia que literalmente amenaza nuestro sistema democrático”.
La política no puede ser un negocio como insinúa Trump en muchas de sus intervenciones. Ni se hace desde el plató del despacho oval, sino desde las instituciones arbitrando los intereses contrapuestos de los ciudadanos. Uno de sus eslóganes electorales era “ataca, niégalo siempre todo y, pase lo que pase, tú declárate vencedor”. Es una falacia.
Estos vientos que soplan en Estados Unidos han llegado a Europa. La confrontación gana terreno al respeto y al acuerdo. Todos saldremos perdiendo si no manejamos información contrastada para poder tomar decisiones libres. El periodismo solvente es imprescindible.