Quedarte callado aunque tengas algo que decir no ocurre de la nada. Revisar cada palabra en tu cabeza una y otra vez tampoco es una casualidad. Ensayar conversaciones frente al espejo para luego no pronunciarlas tiene raíces más profundas que una simple costumbre. Hay quien ha aprendido, desde pequeño, que hablar demasiado podía tener consecuencias.
Cuando en la infancia se respondía con un “mejor cállate”, cuando las palabras se topaban con gestos de desaprobación o cuando una opinión se traducía en una burla, se empezaban a esconder partes propias que no encajaban con lo que se esperaba.
Guardar silencio
Hablar menos no siempre es una elección libre ni espontánea
Algunas personas interiorizan esa respuesta como una forma de adaptarse, de evitar sentirse fuera de lugar. Lo hacen observando, moderando lo que dicen, bajando el volumen de lo que piensan para no sobresalir.
A medida que pasa el tiempo, esa contención se convierte en un peso. No solo emocional, también físico. El cuerpo lo nota y la ansiedad lo refleja. Aunque parezca que se ha olvidado aquello que lo originó, el mecanismo permanece activo. No se trata de un rasgo de personalidad ni de un problema de autoestima. Es una consecuencia.
El hábito de esconderse para evitar el rechazo se forma a base de repeticiones. Lo que se aprende para no molestar acaba convirtiéndose en una respuesta automática. Se mide cada gesto, se duda antes de intervenir, se prefiere pasar desapercibido a ser juzgado. Esa dinámica va generando la sensación de que lo que uno es, tal como es, no está bien. Y ahí es donde aparece la vergüenza.
Desde su perfil en Instagram, la psicóloga María Marín plantea que esa emoción no tiene tanto que ver con la identidad como con la experiencia previa, y lo resume de forma clara al afirmar que “la vergüenza no habla de quién eres. Habla de lo que viviste”.
Detrás de esa palabra hay historias personales, vivencias marcadas por la necesidad de encajar en entornos donde mostrarse tal como uno era no parecía una opción segura. La vergüenza, en esos casos, no es más que la huella de haber tenido que adaptarse demasiado.